martes, diciembre 18, 2012

Cinco anillos y el fin del mundo


Una de mis fotos más favoritas que sacó mi cámara. Me imagino que es un señor esperando el fin del mundo.


Este relato lo escribí pensando en el fin del mundo, que es este Viernes.

"Cada día de mi vida llevo cinco anillos en los dedos. Dos en mi mano izquierda (uno en mi dedo índice y otro en el dedo medio) y tres en la derecha (uno en el anular y dos en el medio). Todos los días de mi vida. To-dos. Desde hace años. No puedo salir a la calle sin ellos. Me encuentro mal. Soy totalmente dependiente de estos artefactos vitales que me he inventado. Siguiendo el mecanismo de la suerte, mi cerebro se ha inventado una dependencia extrema de mis cinco anillos, sin comprender siquiera porqué. Porque creo que no creo en la suerte. Pero compruébalo mirándome a los ojos.

Por las noches, cuando vuelvo del trabajo y me quito los anillos, me quito un peso de encima. Como un escudo de pesado metal que llevo durante las horas que no estoy en casa, que pesa más de la mitad de mi propio peso, pero que me protege Dios sabe de qué. Es bastante curioso todo esto. 

Es curioso porque siempre he dicho que no creo en la suerte, y mucho menos, en el destino. No creo en nada de eso, de verdad que no. Pero llevo cinco anillos en mis manos de los que no puedo prescindir. Cada día conozco más gente igual de aberrante que yo. Totalmente falaz. Gente que predica tanto que aburre, que se aburren a si mismos, y por eso, o por otros motivos, son una mentira. Una mentira porque todo su sermón y filosofía es tan sólo un argumento pero jamás es una acción. Vamos a ver: los valores, ideales, argumentos y palabras llenan muchos vacíos que esta vida repleta de aburrimiento y barreras no nos deja llenar con acciones, hechos y momentos, que luego serían recuerdos, que luego sería aprendizaje. Por tanto, este exceso de valores se queda en un limbo de paranoia y dolor porque sufrimos, y porque el mundo no nos deja comprobar el poder de nuestras mentes y nuestras convicciones.

Inacción. Una de las palabras más horribles. Puede que mis cinco anillos sean una muestra de ello, un “precio” que me autoimpongo para no olvidarme de que esta vida es casi tan aburrida como mis convicciones que no pueden salir a la luz."

La inacción no es compatible con el fin del mundo. Espero que me de tiempo a cambiar de opinión.


Si viene el fin del mundo, que me encuentre escuchando esta canción.


viernes, diciembre 14, 2012

Caligrafía de Babilonia


Carta de Babilonia a Arquímedes. 14 de Noviembre de 1974. Era un día rojo.


"Querido Arquímedes:

Pensar que un aburrido no es tan triste como quien se deja aburrir. Siempre me pareció así de triste. 

Millones de caníbales atormentando mi ya de por si atormentada mente. Podría ocupar mi cabeza con otras cosas, dejar de lado mis miedos crecientes. Pero me aferro, para no dejarte caer, para hacerte ver que no eres lo que esta en esa jaula. Haz tu grito, ese con el que me pides ayuda, y te diré lo que tengo que decirte. Sabes como lo hago. Sabes lo que quiero decir. Y ahora me dejaré de bromas, te caes sobre tus rodillas y yo me voy. Cambio el rumbo. Pero escucharé mi llamada cuando oiga mi nombre. Está todo muy vacío en ese valle en el que vives, cuando tu caminas el sol se pone y los miedos de la gente se van. Ya no queda nada para comer más que mis uñas, deseos e ilusiones. Y ese dolor que tengo hoy en mis entrañas, no se va. Vuelve. 

Déjame decirte una cosa:

A veces quiero volver a tiempos pasados, cuando escaparme era tan fácil, y perderme mucho más. Cuando creía en el vacío, cuando el silencio me llenaba, cuando el ruido me complacía. Tengo cosas con que llenar mis horas. Pero no volveré sin ver el tiempo de las uvas. Escucharé mi nombre cuando vuelvas a gritarlo.


Te quiere,
Babilonia."



lunes, noviembre 26, 2012

Me molesta estar tan cuerda como para darme cuenta de mi locura



Era un Viernes por la noche cuando Elizabeth volvía del Show del Horror. 

Entonces apareció en sus entrañas una terrible necesidad de preguntarle al conductor de ese mugroso taxi al que se acababa de subir una cuestión no menos mugrosa. Al principio dudó, dijo: “Pensará que estoy loca”, pero luego se respondió: “no pasa nada porque probablemente será lo más sensato que le pase esta noche”. Entonces preguntó al taxista si creía en las almas gemelas. Le dijo que no. El esquema de la conversación fue así:


Elizabeth - ¿Usted cree en las almas gemelas?
Taxista - No.

Lo cierto es que esa respuesta fue un placer para Elizabeth. Le hizo retorcerse en su cabezonería, en su enfermiza tendencia a disfrutar de los contra. Fue sumamente feliz en ese instante. Y lo fue porque pensaba exactamente lo contrario. Fue porque conocía a la perfección la tragedia de la vida, y no porque la viviese, sino porque la inventaba a diario. Elizabeth era joven y trágica, y se divertía con ello. Era su pasión, su fantasía, sus carcajadas. El drama rutinario que añadía emoción a la vida de todos, a la vida de nadie. Se reía de las desgracias y disfrutaba viendo sangre y muerte por todas partes. Hay que decir, ¿qué pasa cuando la vida se convierte en un aburrimiento tan crónico que hasta la muerte es divertida? Es algo preocupante, y eso también se lo había preguntado a muchos taxistas. Pero ninguna respuesta fue elocuente, ni siquiera sencillamente simpática. Todas fueron patéticas y aburridas, siempre buscando algo de metafísica en la simplicidad. Elizabeth no disfrutaba del dolor, sino de la tragicomedia propia de la naturaleza humana. “El dolor es intrínseco a nuestra existencia” se decía a diario. El amor, la diversión, el drama, en cambio, no. Eso era algo puramente mágico. Magia y placer. Así que ¿porqué no vivir la tragedia? ¿Porque no escoger la locura de la vida como algo bonito por lo que seguir viviendo? ¿Porque no escoger desde la cordura, la insensatez de una vida no-vivida-por-vivir, que muchos no se atreven a vivir? A Elizabeth le divertían las preguntas y las respuestas, y mientras se reía de su desgracia, estaba preparando otras tantas para el próximo taxi que la lleve a su casa.






jueves, noviembre 22, 2012

Mem - phis - Blues



"Memphis Blues.

Mem - phis - Blues.

Tres sílabas, tres sonidos. Recuerdo perfectamente la noche que le conocí. Que lo escuché por primera vez. Fue como si un balazo atravesase mi corazón y mis entrañas y destruyese todo lo que hasta ahora me mantenía respirando y con los pies hacia abajo. Memphis Blues, el hombre que me devoró con su dolor, que me abofeteó con el mío. Tenía la piel tan curtida por el sol como el cuero que su familia secó durante generaciones enteras al sol de Nebraska. Sus dedos se movían con tal prodigio que todo su físico se volvía hipnotizante, como una droga, sobre todo por la firmeza de su rostro, su inamovible cabeza, sus ojos de amor y ruptura, los ojos de un sufrimiento que nunca había visto. Me recordó a aquel libro que leí una vez, donde decía cómo se siente uno al contemplar delante suyo la pura y estática felicidad de la existencia. Yo contemplaba mi existencia cuando le veía, cuando le escuchaba.

Memphis Blues.

Mem - phis - Blues.

Musicaba la poesía, o poetizaba la música. Poetizaba mi vida. No sé qué es lo que Memphis Blues tenía en sus propósitos. Lo imaginaba cruzando de Este a Oeste en un tren vacío, con su armónica, retorciéndose de dolor, viviendo como un vagabundo de la filosofía y el sufrimiento. Me imaginaba subiéndome a ese tren con él, preguntándole millones de preguntas sobre la vida, rogándole que me enseñe a vivir y a cantar, a entender el dolor, a sufrir con él. Empecé a obsesionarme con su voz y sus versos, y cada noche me develaba pensando en la metafísica de sus heridas, que eran a su vez, sus palabras. Todo era dolor. Todo era placer. Memphis Blues murió de cirrosis, a los 46 años de edad. El día de su muerte fue mi cumpleaños número 21. A partir de ahí, empecé a cumplir de cero. Empecé a vivir de cero. Sin entender el mundo, sin entender la muerte, sin entender el dolor. Sin entender mis reyes o reinas, sus padres o dioses, sin entender porqué Memphis Blues abandonó este planeta y me dejó doblándome en el pasado, sin gloria ni piedad, sin lágrimas, y con el Blues a mis espaldas. Torciéndome en su dolor.

Memphis Blues. 

Mem - 
phis - 
Blues."

martes, noviembre 20, 2012

Instrucciones para la memoria: Breve comentario



Voy dejando pequeñas notitas de papel en todas partes. En cada recoveco de mi habitación, en cada bolsillo. No creo que mi mente llegue a fallar de tal manera como para justificarlas, pero mi físico las necesita para reforzar sus pasos. Para volver o para seguir. Qué importa. Cada una de estas notas se compone de frases cortas, breves, memorándums de algún desquicio. Son parecidas a cada uno de los segmentos que componían aquel esquema mental que hice de mis traumas, que también dibujé en un papel y que creo haber perdido. O estará en algún bolsillo, quién sabe. Por suerte no lo firmé, así que si alguien lo encontrase, mi vergüenza no se vería agudizada, ni tampoco mi pudor. Tengo también libretas, pero en ellas me reservo a divagar, a escupir lo que mis dedos sienten, a releer sin sentido porque no entiendo los conceptos ni la letra. Esos son mis cuadernos, alguno es mi favorito, pero todos están dispuestos a abrazarme cuando más los necesito, cuando menos los entiendo. Pero las notitas son diferentes. Ellas tienen una función, es como si tuviesen vida por si solas. Yo no las controlo. Una vez que salen de mi mente desaparecen, y por eso las coloco en sitios estratégicos, para que cumplan su función, para que me den pequeños pellizcos de verdad inútil, para no abandonar jamás esos rincones y encontrarlas una y otra vez para no hacerles caso. Esa es su función. Estar ahí, no hacer nada. Recordarme a diario lo que quiero y necesito, y ni hago ni preciso. Duran a penas unos segundos, los que tardo en leerlas, los que tardo en no entender nada, los que tardo en volver a guardarlas. 

Así funcionan las notitas, así funciona mi memoria, así funcionan mis palabras, así funciona mi vida entera.


Una notita


Un corazón


Un pensamiento


viernes, octubre 26, 2012

Los pensamientos de Elisabeth



Aquí transcribo una lista de pensamientos que Elisabeth escribió en un papel con olor a humedad y que yo encontré por la Calle de las Flores el 31 de Agosto de 1996:

  1. Tengo algo de frío, espero no enfermarme.
  2. Tengo sueño, espero no quedarme dormida en el trabajo.
  3. No quiero aburrirme.
  4. No creo en la depresión.
  5. Me aburro.
  6. A veces creo que soy bipolar.
  7. Desearía que alguien me dijese oficialmente qué tipo de patología padezco.
  8. Sé de sobra que soy normal.
  9. Hay un punto que jamás sobrepasé.
  10. Si me bloqueo no tengo vuelta atrás.
  11. Soy radical.
  12. Odio la falta de sangre.
  13. Odio mi falta de sangre.
  14. Quiero que mi vida entera sea un drama.
  15. Quiero conformarme.
  16. No quiero conformarme.
  17. Odio no explotar.
  18. No tengo ni idea de cómo soltar y decir todo lo que siento ahora mismo.
  19. He hecho un esquema de mis traumas.
  20. No sirvió de nada.
  21. Pienso muy a menudo que estoy harta.
  22. Pienso muy a menudo que me encanta.
  23. Pienso muy a menudo que tengo mucha suerte.
  24. Pienso muy a menudo que no creo en la suerte.
  25. Creo en la gente.
  26. Tengo una capacidad infinita de autocontrol.
  27. Soy muy fría.
  28. Querer me hace insegura.
  29. No tengo ni la más remota idea de lo que quiero.
  30. Sé perfectamente lo que no quiero.
  31. Casi nadie entiende mis silencios.
  32. Las palabras me sentencian.
Elisabeth tenía 18 años cuando escribió esta lista de pensamientos. Duraron unos pocos minutos en su cabeza. A los 10 minutos, Elisabeth era otra. 



miércoles, octubre 17, 2012

El manuscrito de Soledad


Play antes de comenzar a leer

“Como Hesse me dijo una vez al oído, mi historia no es agradable. Ni mucho menos complaciente. Es probablemente una expresión más de mi cuerpo machacado, propio de aquel que quiere vivir sin mentir. Y sin embargo sigue mintiendo. Tengo la fuerza del viento, las dudas de la Luna. El Sol brilla con dolor en mis pupilas, y la lluvia cae constantemente en mi pelo. Las dudas de siempre. Los -y si-, los -y si no-. Insensatez absoluta para rellenar el vacío de mis sueños hechos realidad, despiertos, hechos añicos porque ya no lo son. En mi vida todo suena onírico, como si la verdad no cubriese todos los aspectos, como si el misterio hiciese acto de presencia escondido desde la distancia de cada una de mis palabras. Me cuesta creerme. Me cuesta creer que respiro. Un lobo estepario que odia la soledad y que lo es. Soy Soledad. Mi nombre es Soledad.”

Ese fue el manuscrito que encontré entre la basura de Soledad, poco antes de partir. Fue el 14 de Noviembre de 1964. Me quedé con todas sus cosas porque me encanta revolver entre las pertenencias de los demás. Y las suyas estaban cubiertas de tristeza y lágrimas. Eso hacía que me gustase más. Todo olía a viejo, recubierto de un aura propia del jardín de la señorita Havisham. Todo me pertenecía en cierta forma, lo sentía parte de mí. Era mío. Yo me introduje tanto en su ambiente que no sólo imaginé su muerte, sino que la llevé a cabo. Yo la maté. Yo llené todo de viejos árboles, hojas secas, baldosas rotas, espejos manchados, piel seca. Soledad era mi alma, y yo la maté. Pero esa es otra historia. La historia de hoy es la del manuscrito que Soledad dejó en su basura, el que yo encontré, del que ya no tengo nada más que contar. 

lunes, octubre 08, 2012

Veinticuatro años sin dormir

Nunca me quedó claro si lo que hacía ruido era la cama de Amelia, ella o su dolor. Todo se movía sin calma, de forma sucia y ruidosa, chirriante, molesta. Amelia tenía veinticuatro años de vida y llevaba veinticuatro sin dormir. Veinticuatro años. Sus sueños no eran, simplemente, no eran. Ella era ruido e insomnio, ella era pesadilla, tenía unas ojeras tan profundas que formaban parte de su cráneo, y parecía que también de su triste voz. Cuando le veía cerrar los ojos, cuando me mentía a plena luz del día haciéndose la dormida, podía apreciar la tristeza de su calma, el dolor por la estática existencia, la irritación en su cuerpo inmóvil, pálido como la nieve, rojo como la sangre que invade con presión cada centímetro del rostro. Amelia, muerta en vida, me mintió todos los días de su vida, los mismos que pase a su lado, hasta el día de su muerte. Murió de sueño. Aún recuerdo cuando jugábamos en el patio de mi casa, cuando leíamos juntas Mi Planta de Naranja Lima, el día que me dijo que no entendía la vida... cuando me dijo que estaba muy cansada.

Amelia y yo nacimos en la misma casa, bajo el mismo techo. Pero ella fue y será siempre una bastarda, la hija del pecado y la injuria. Pero eso sólo importa a los Dioses. A mi no. De todas las cosas que pasamos juntas hasta el día de su muerte, siempre recordaré una cosa, una sola cosa: su pelo. Su pelo en cada movimiento que hacía. Su pelo en cada paisaje. Su pelo al alba, su pelo al atardecer, su pelo al anochecer, su pelo sucio, su pelo limpio.... su pelo siempre con olor a lluvia. Era un bofetón de vida que me recordaba cómo respirar. Amelia nunca fue feliz, y nunca pudo dormir. El peso de un recuerdo que ni siquiera le pertenecía fue demasiado sobre su espinosa espalda. Su sentencia, su destino. De niña creyó que ese dolor que oprimía su pecho al intentar dormir, al oír a mi madre gritar, al oír a su padre pegar, desaparecería cuando pudiese escribir todas las letras de la palabra amor. Jamás pudo completarla, jamás pudo siquiera leerla. Amelia no sabía leer, por eso cuando leía para ella Mi Planta de Naranja Lima, yo le cambiaba el sufrimiento de las páginas por escenas donde la misericordia, la paz y el descanso hacían acto de presencia. Así leíamos juntas. Así, quiero creer que así, de alguna forma, alguna vez, pudo descansar.

Amelia tenía veinticuatro años. Vivió veinticuatro años sin dormir. Una tarde se quedó dormida y no volvió a despertar. En realidad, nunca despertó. Murió de sueño en el jardín de mi casa, el mismo donde leíamos Mi Planta de Naranja Lima.


lunes, enero 09, 2012


Los cuentos invaden una especie de vida machacada y superficial, las historias fantásticas llegan a gente que extrañamente las cree.
 
Una vez una chica con el pelo casi rojo y el flequillo de lado me contó algo a cerca del Karma, de la música y los árboles. Al mismo tiempo, la otra chica de melena dorada desveló el secreto de los acontecimientos, me dijo que yo realmente merecía mi libertad. Eso me hizo llorar. Escalón a escalón me lleno de frases que me empujan hacia una escalera bastante enredada sin arriba ni abajo, subir o bajar, pero siempre adelante. Aquel día de verano la chica tiró sus zapatos al árbol, y lo que ella no sabe es que en ese árbol, de aquella ciudad a la que nunca volvió y dónde jamás encontró el amor, sus viejos y rotos zapatos dieron lugar a un nido de pájaros silvestres y salvajes.

Los cuentos invasores del principio están por todas partes de mi vida, o más bien, mi vida esta en todas partes de las suyas. Soy yo o son ellos… estoy perdiendo la noción.
Un día sentencié que me gusta la poesía pero jamás la leí. Me gustan las rimas y metáforas de este mundo, y sobre todo, la inspiración divina que llega de la suciedad, de la mugre, de la pena y la gloria, de lo insano y dañino, de lo doloroso y mortal. Creo firmemente en que eso no tiene resplandor, la belleza no existe por si sola, la crea la fantasía del después, la imaginación, la verdad y el amor. Las mentes. Todo aquel que diga que los sueños no son la realidad es un farsante, un traidor de la naturaleza. Todo lo que se atreva a mirarme a los ojos y mentirme con realidades marchitas será rechazado por mi espíritu. 
El don de la poesía y de las grandes almas: se autodefinen, solas, naciendo de la nada y manteniéndose vivas siempre que unos ojos estén dispuestos a querer.