lunes, enero 09, 2012


Los cuentos invaden una especie de vida machacada y superficial, las historias fantásticas llegan a gente que extrañamente las cree.
 
Una vez una chica con el pelo casi rojo y el flequillo de lado me contó algo a cerca del Karma, de la música y los árboles. Al mismo tiempo, la otra chica de melena dorada desveló el secreto de los acontecimientos, me dijo que yo realmente merecía mi libertad. Eso me hizo llorar. Escalón a escalón me lleno de frases que me empujan hacia una escalera bastante enredada sin arriba ni abajo, subir o bajar, pero siempre adelante. Aquel día de verano la chica tiró sus zapatos al árbol, y lo que ella no sabe es que en ese árbol, de aquella ciudad a la que nunca volvió y dónde jamás encontró el amor, sus viejos y rotos zapatos dieron lugar a un nido de pájaros silvestres y salvajes.

Los cuentos invasores del principio están por todas partes de mi vida, o más bien, mi vida esta en todas partes de las suyas. Soy yo o son ellos… estoy perdiendo la noción.
Un día sentencié que me gusta la poesía pero jamás la leí. Me gustan las rimas y metáforas de este mundo, y sobre todo, la inspiración divina que llega de la suciedad, de la mugre, de la pena y la gloria, de lo insano y dañino, de lo doloroso y mortal. Creo firmemente en que eso no tiene resplandor, la belleza no existe por si sola, la crea la fantasía del después, la imaginación, la verdad y el amor. Las mentes. Todo aquel que diga que los sueños no son la realidad es un farsante, un traidor de la naturaleza. Todo lo que se atreva a mirarme a los ojos y mentirme con realidades marchitas será rechazado por mi espíritu. 
El don de la poesía y de las grandes almas: se autodefinen, solas, naciendo de la nada y manteniéndose vivas siempre que unos ojos estén dispuestos a querer.

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