miércoles, octubre 17, 2012

El manuscrito de Soledad


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“Como Hesse me dijo una vez al oído, mi historia no es agradable. Ni mucho menos complaciente. Es probablemente una expresión más de mi cuerpo machacado, propio de aquel que quiere vivir sin mentir. Y sin embargo sigue mintiendo. Tengo la fuerza del viento, las dudas de la Luna. El Sol brilla con dolor en mis pupilas, y la lluvia cae constantemente en mi pelo. Las dudas de siempre. Los -y si-, los -y si no-. Insensatez absoluta para rellenar el vacío de mis sueños hechos realidad, despiertos, hechos añicos porque ya no lo son. En mi vida todo suena onírico, como si la verdad no cubriese todos los aspectos, como si el misterio hiciese acto de presencia escondido desde la distancia de cada una de mis palabras. Me cuesta creerme. Me cuesta creer que respiro. Un lobo estepario que odia la soledad y que lo es. Soy Soledad. Mi nombre es Soledad.”

Ese fue el manuscrito que encontré entre la basura de Soledad, poco antes de partir. Fue el 14 de Noviembre de 1964. Me quedé con todas sus cosas porque me encanta revolver entre las pertenencias de los demás. Y las suyas estaban cubiertas de tristeza y lágrimas. Eso hacía que me gustase más. Todo olía a viejo, recubierto de un aura propia del jardín de la señorita Havisham. Todo me pertenecía en cierta forma, lo sentía parte de mí. Era mío. Yo me introduje tanto en su ambiente que no sólo imaginé su muerte, sino que la llevé a cabo. Yo la maté. Yo llené todo de viejos árboles, hojas secas, baldosas rotas, espejos manchados, piel seca. Soledad era mi alma, y yo la maté. Pero esa es otra historia. La historia de hoy es la del manuscrito que Soledad dejó en su basura, el que yo encontré, del que ya no tengo nada más que contar. 

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