viernes, enero 25, 2013

El niño llamado Joe

Era un niño llamado Joe, 
y escuchaba los Mills Brothers.
Era un niño que vendía periódicos,
así que le compré todos los periódicos,
al pequeño niño llamado Joe.
No sé cuál era su segundo nombre,
probablemente también Joe.
Joe-Joe.
Siempre vendía periódicos,
incluso cuando no los compraba.
Dejaba que lloviese,
dejaba que el sol saliese,
era el niño llamado Joe.

Joe me decía a veces buenos días,
otra veces buenas tardes,
y alguna que otra noche oscura, buenas noches.
Era el niño llamado Joe.
Mi amigo Joe.
Mi secreto Joe.
Todos mis periódicos eran suyos.
Había trabajo que hacer,
no tenía tiempo que perder,
que bien se lo pasaba Joe.
Era un niño llamado Joe,
el niño que vendía periódicos.

Y no volví a verlo,
al niño llamado Joe.
Joe-Joe.
Hoy ya no es un niño,
hoy ya no es Joe,
hoy es viejo como yo,
pero para mi siempre será él,
el niño al que le compraba todos los periódicos,
el niño que vendía los periódicos, 
el niño llamado Joe.

Para mi y para Joe
el tiempo ha sido cruel
Para Joe y para mi.
El tiempo nos fue infiel.


viernes, enero 18, 2013

La ardilla


Me he despertado algo más flipada de lo normal. Había soñado con una ardilla, se metía dentro de mis medias y me las rompía, mientras yo tiraba con fuerza de ellas para que no me las robase. Fue como una persecución: yo tras ella y ella tras mis medias. Finalmente, la ardilla rompió mis medias. Algo muy extraño. Busqué en Internet a ver que era eso de las ardillas, y Google me ha regalado una perla alimentadora de mi autoestima: 


“Si sueñas mucho con ardillas es recomendable que vayas a consultar a un especialista, puedes sufrir algún trastorno mental” 


Bueno, no tengo conclusiones sobre todo esto. Prefiero no tenerlas. ¿De qué serviría que un especialista me dijese que estoy algo trastornada? Eso ya lo sé hace tiempo. Es curioso que algunos me figuran como algo racional. No tienen ni idea de mis sueños y pesadillas. Supongo que habrá muchas personas como yo. Miles de chicas que sueñan con ardillas que le rompen las medias.

Así creo que es el mundo. Sólo que quizás yo escribo algunas partes y lo comparto, alguien remoto y solitario me lee, y quizás, y esto solo quizás, alguien me entiende.


Que raro es todo. Nunca me gustaron las ardillas.



martes, enero 15, 2013

Sin el gato Cheshire




Me paso el día escribiendo. Odio cuando mi cabeza escribe mecánicamente. O no escribe para mi. No lo odio, pero siento algo retorcido cuando pasa. Hay cierto resplandor en dedicar mi vida a escribir, aunque no sea de la forma más poética posible. Los signos lo llenan todo, las rimas, los acentos, las tildes, y sus caras más exuberantes: sus ideas, su vida propia, su significado y el significado que alcanzan con los demás, la sintaxis, las cadencias, las morfologías, incluso etimologías. Y así es como mido la vida. Los comienzos, los nudos y los desenlaces. 



Pero, 
¿qué pasa si el resto de mi vida está sentenciada a vivir en un profundo abismo de conceptos y sentidos? Me suena a dulce condena, agonías y éxtasis. Y me recuerda al pozo donde cayó ese día Alicia. Hay veces que me gustaría ser Alicia... Pero en mi vida no hay gatos Cheshire ni reinas de corazones, aunque muchos piensen que estoy lo suficientemente loca como para verlos. Bueno, puede que sí estén en cierta forma, en forma de pensamientos y autocomplacencias. Soy muy autocomplaciente. Soy mi propia terapeuta, pero odio serlo cuando no lo soy, y odio ese monstruo que vive en mi y no es capaz de bajar la voz, y me molesta, y me dice lo que tengo que sentir en cada momento. Siento cuando siento y no puedo sentir, siempre siento. Y no puedo hacer nada al respecto. El Doctor Wyne me ayudó durante una época, pero aquí estoy otra vez. Están todos locos. Yo también. Menos las palabras. Las palabras no están locas, son cuerdas y sabias, llenas de filosofía que muchos quieren destruir por hacer de todo esto una ciencia mecánica, un mundo plano y simple, para erradicar de su propia condición la parte más humana que tienen: las palabras. Su mundo. 
Y por eso no me gustan aquellos que se burlan del amor de las palabras y los versos. No me gustan los que ponen en una jaula la virtud. No me gustan esos virtuosos de un tiempo sin gloria. No me gustan todos esos que logran introducir en mi cerebro las raíces de árboles que no puedo cortar, que me vuelven cada día más insensible y mucho menos intuitiva. Quiero seguir cada palabra que quiero, quiero interesarme por lo mismo que se interesaba Kerouac, y seguir a cada una de esas estrellas que esta locas por vivir, y no secarme más al borde del camino, no quedarme sin sangre, palabras, palabras y más palabras. Quiero invocar a Benedetti y no salvarme nunca.

Quizás no soy Alicia. Quizás ya lo soy



domingo, enero 13, 2013

La sintaxis


There's a monkey on my back, makes me talk like that:

"Bueno, yo haré de esto un clímax. Me manejo perfectamente dentro de esta sintaxis. Conozco las pausas, las cadencias, el ritmo... No te preocupes por mí. El dolor suele parecerme algo perfecto, pero porque he leído mucho sobre el, lo idolatro como idolatro a todos aquellos que describieron su naturaleza. Yo a veces lo intento, pero a duras penas llego, no soy capaz de escribir realmente sobre eso. Pero lo que suele gustar del dolor suele hacer feliz, o quizás son los finales. Verás, quizás tú no lo sepas, pero he vivido muchos. No te he hablado de ellos porque no los conozco, viven dentro mío. Y bueno, quizás te pongan triste. Más triste. La ficción llena mi vida, que no quiere estar vacía, que quiere llenarse con todo y todos, que quiere entender la magia, que quiere descubrir si le gusta de verdad Hemingway o será para siempre una discípula más del realismo mágico. Conozco la rabia y el cinismo, y se distinguir sus errantes explosiones temporales de su estado permanente, y mientras lo hago voy vaciando mis cajones. La sintaxis me ayuda, sabes, a que mis pies escuchen a mi cabeza. Me gustan los finales, me gustan las pausas, estoy cómoda en ellos. Soy trágica. Y mi tragedia se vuelve automáticamente una comedia. Cuando algo comienza ya estoy haciendo las maletas. Y veo como todo se seca. Y cuando estoy contigo, estoy sin ti. Pensando en el día del adiós, pensando en el final. Y lo hago porque insisto siempre en que la narrativa de mi vida sea perfecta, llena de riqueza y magia, de melancolía repleta de amor, y donde exijo a cada personaje que tenga un valor, y sea colorido, alegre y feliz. Suelo hacer también algo extraño con los héroes de mi vida. Hago de ti mi personaje principal. Mi tú en el café, mi tú en la tienda de discos, mi tú pensando en mi, mi tú todo el tiempo. Creo en las segundas partes, y en esa fantástica capacidad que tienen los héroes para serlo siempre. Mi vocabulario es bastante escaso, pero el suficiente para describir de alguna forma mi vida. Sabes de lo que hablo, tú me has leído. Puede que en realidad esté caminando hacia atrás, o que en realidad no camine, no lo sé. No estoy segura. Pero la belleza en todo esto no puedo siquiera explicártela, y por eso no te preocupes, que haré de mi cuerpo un clímax, una terrible necesidad de maravilla. La sintaxis y la narrativa me ayudaran a interpretar el tiempo, el tuyo, el mío, y el dolor será algo más en la belleza de todo esto, que es una necesidad, que es una parte de tu alma y la mía, que puede que nos enseñe de una vez a querer de verdad."

martes, diciembre 18, 2012

Cinco anillos y el fin del mundo


Una de mis fotos más favoritas que sacó mi cámara. Me imagino que es un señor esperando el fin del mundo.


Este relato lo escribí pensando en el fin del mundo, que es este Viernes.

"Cada día de mi vida llevo cinco anillos en los dedos. Dos en mi mano izquierda (uno en mi dedo índice y otro en el dedo medio) y tres en la derecha (uno en el anular y dos en el medio). Todos los días de mi vida. To-dos. Desde hace años. No puedo salir a la calle sin ellos. Me encuentro mal. Soy totalmente dependiente de estos artefactos vitales que me he inventado. Siguiendo el mecanismo de la suerte, mi cerebro se ha inventado una dependencia extrema de mis cinco anillos, sin comprender siquiera porqué. Porque creo que no creo en la suerte. Pero compruébalo mirándome a los ojos.

Por las noches, cuando vuelvo del trabajo y me quito los anillos, me quito un peso de encima. Como un escudo de pesado metal que llevo durante las horas que no estoy en casa, que pesa más de la mitad de mi propio peso, pero que me protege Dios sabe de qué. Es bastante curioso todo esto. 

Es curioso porque siempre he dicho que no creo en la suerte, y mucho menos, en el destino. No creo en nada de eso, de verdad que no. Pero llevo cinco anillos en mis manos de los que no puedo prescindir. Cada día conozco más gente igual de aberrante que yo. Totalmente falaz. Gente que predica tanto que aburre, que se aburren a si mismos, y por eso, o por otros motivos, son una mentira. Una mentira porque todo su sermón y filosofía es tan sólo un argumento pero jamás es una acción. Vamos a ver: los valores, ideales, argumentos y palabras llenan muchos vacíos que esta vida repleta de aburrimiento y barreras no nos deja llenar con acciones, hechos y momentos, que luego serían recuerdos, que luego sería aprendizaje. Por tanto, este exceso de valores se queda en un limbo de paranoia y dolor porque sufrimos, y porque el mundo no nos deja comprobar el poder de nuestras mentes y nuestras convicciones.

Inacción. Una de las palabras más horribles. Puede que mis cinco anillos sean una muestra de ello, un “precio” que me autoimpongo para no olvidarme de que esta vida es casi tan aburrida como mis convicciones que no pueden salir a la luz."

La inacción no es compatible con el fin del mundo. Espero que me de tiempo a cambiar de opinión.


Si viene el fin del mundo, que me encuentre escuchando esta canción.


viernes, diciembre 14, 2012

Caligrafía de Babilonia


Carta de Babilonia a Arquímedes. 14 de Noviembre de 1974. Era un día rojo.


"Querido Arquímedes:

Pensar que un aburrido no es tan triste como quien se deja aburrir. Siempre me pareció así de triste. 

Millones de caníbales atormentando mi ya de por si atormentada mente. Podría ocupar mi cabeza con otras cosas, dejar de lado mis miedos crecientes. Pero me aferro, para no dejarte caer, para hacerte ver que no eres lo que esta en esa jaula. Haz tu grito, ese con el que me pides ayuda, y te diré lo que tengo que decirte. Sabes como lo hago. Sabes lo que quiero decir. Y ahora me dejaré de bromas, te caes sobre tus rodillas y yo me voy. Cambio el rumbo. Pero escucharé mi llamada cuando oiga mi nombre. Está todo muy vacío en ese valle en el que vives, cuando tu caminas el sol se pone y los miedos de la gente se van. Ya no queda nada para comer más que mis uñas, deseos e ilusiones. Y ese dolor que tengo hoy en mis entrañas, no se va. Vuelve. 

Déjame decirte una cosa:

A veces quiero volver a tiempos pasados, cuando escaparme era tan fácil, y perderme mucho más. Cuando creía en el vacío, cuando el silencio me llenaba, cuando el ruido me complacía. Tengo cosas con que llenar mis horas. Pero no volveré sin ver el tiempo de las uvas. Escucharé mi nombre cuando vuelvas a gritarlo.


Te quiere,
Babilonia."



lunes, noviembre 26, 2012

Me molesta estar tan cuerda como para darme cuenta de mi locura



Era un Viernes por la noche cuando Elizabeth volvía del Show del Horror. 

Entonces apareció en sus entrañas una terrible necesidad de preguntarle al conductor de ese mugroso taxi al que se acababa de subir una cuestión no menos mugrosa. Al principio dudó, dijo: “Pensará que estoy loca”, pero luego se respondió: “no pasa nada porque probablemente será lo más sensato que le pase esta noche”. Entonces preguntó al taxista si creía en las almas gemelas. Le dijo que no. El esquema de la conversación fue así:


Elizabeth - ¿Usted cree en las almas gemelas?
Taxista - No.

Lo cierto es que esa respuesta fue un placer para Elizabeth. Le hizo retorcerse en su cabezonería, en su enfermiza tendencia a disfrutar de los contra. Fue sumamente feliz en ese instante. Y lo fue porque pensaba exactamente lo contrario. Fue porque conocía a la perfección la tragedia de la vida, y no porque la viviese, sino porque la inventaba a diario. Elizabeth era joven y trágica, y se divertía con ello. Era su pasión, su fantasía, sus carcajadas. El drama rutinario que añadía emoción a la vida de todos, a la vida de nadie. Se reía de las desgracias y disfrutaba viendo sangre y muerte por todas partes. Hay que decir, ¿qué pasa cuando la vida se convierte en un aburrimiento tan crónico que hasta la muerte es divertida? Es algo preocupante, y eso también se lo había preguntado a muchos taxistas. Pero ninguna respuesta fue elocuente, ni siquiera sencillamente simpática. Todas fueron patéticas y aburridas, siempre buscando algo de metafísica en la simplicidad. Elizabeth no disfrutaba del dolor, sino de la tragicomedia propia de la naturaleza humana. “El dolor es intrínseco a nuestra existencia” se decía a diario. El amor, la diversión, el drama, en cambio, no. Eso era algo puramente mágico. Magia y placer. Así que ¿porqué no vivir la tragedia? ¿Porque no escoger la locura de la vida como algo bonito por lo que seguir viviendo? ¿Porque no escoger desde la cordura, la insensatez de una vida no-vivida-por-vivir, que muchos no se atreven a vivir? A Elizabeth le divertían las preguntas y las respuestas, y mientras se reía de su desgracia, estaba preparando otras tantas para el próximo taxi que la lleve a su casa.